sábado, 12 de diciembre de 2015


LA NOVIA; 
HA LLEGADO OTRA VEZ LA HORA DE LA SANGRE.


Si el primer largo de Paula Ortiz, De tu ventana a la mía, se mostraba como el trabajo rico y personalísimo de una voz madura y con un don especial al retratar la belleza, La novia, libre adaptación -revisitación extasiada, en delirio- de Bodas de sangre, es una auténtica pieza de orfebrería, un poema visual. Sin olvidar que la Andalucía de García Lorca era una Andalucía imaginada, conformada de retales viejos y nuevos de la Andalucía de los años del poeta, La novia cuenta con localizaciones en la Capadocia turca y el desierto monegrino y nos desvela un espacio yermo en que la tierra es inmisericorde y no mide sus efectos, descomunales. El verso de Lorca, su palabra honesta, más que dicha, o recitada, se susurra, y es un placer escucharla así. Es muy probable que Inma Cuesta realice la mejor interpretación de su carrera, y Álex García como Leonardo y Asier Etxeandía como el Novio la secundan inmensos, con la verdad en el brillo de los ojos. Pero la que sin duda encarna a uno de los personajes más poderosos es Luisa Gavasa, cuyo trabajo merece el elogio, ya no de los aficionados o la crítica, sino de la Academia. 



Italo Calvino decía en Seis propuestas para el próximo milenio: “cristal y llama, dos formas de belleza perfecta de las cuales no puede apartarse la mirada, dos modos de crecimiento en el tiempo, de gasto de la materia circundante, dos símbolos morales, dos absolutos, dos categorías para clasificar hechos, ideas, estilos, sentimientos”, y en esta versión que firma Paula Ortiz, junto a los conocidos símbolos de la luna o el caballo se añaden estos dos del cristal y el fuego como elementos perturbadores de la realidad. No es fortuito que el padre de la Novia –el ya desaparecido Carlos Álvarez Novoa– fabrique cristales o que esta, en los accesos de tos, eche a las manos esquirlas con sangre. Forma parte de la poética de un cine puro, en la línea de la misma poesía pura, con un imaginario libérrimo y fuerte, en que el Novio persigue en moto al caballo de Leonardo.
La recuperación formal de la tragedia en el teatro contemporáneo fue uno de los logros de la dramaturgia de Federico, esa y la fuerza toda de unos textos que vuelan alto, nacidos de una irrenunciable convicción: la cultura como factor de cohesión social, como un espejo en que la tradición se medía con la inventiva y la ideología de un universo que coronaba al perdedor, al marginado.


Hay en el personaje de la novia en la obra de García Lorca una rebeldía furiosa, valiente, (¿No he hecho yo trabajos de hombre? ¡Ojalá fuera!) que aquí se diluye dejando en primer plano la emoción desnuda, el dolor, la angustia. Imprescindible resulta ese último plano en que la Novia, contemplado el cadáver de Leonardo, se derrumba y el caballo le roza el rostro compasivo, como una sorpresa no esperada que ha quedado ahí, reservada del desgaste, cristalizada.
Mención especial merecen la labor musical de Manuela Vellés y el trabajo de Leticia Dolera como mujer de Leonardo, que aquí toma la licencia de guión de, veladamente, sugerir que, rota e impotente, asfixia al pequeño cuyo llanto ya en el segundo cuadro anticipaba la tragedia. 

Paula ha escrito: "Lorca nos señala un caballo, un ojo en el cielo, nos apuñala con cristales..., nos hace cantar y bailar alrededor del fuego y nos conduce en una hipnosis maravillosa que nos va susurrando "porque me arrastras... y voy... y me dices que me vuelva... y te sigo por el aire... como una brizna de hierba...". Hay algo esencial en Lorca, algo de semilla de lo que somos e imaginamos, algo de lo vital... de aquello que nos hace respirar. Todos hemos vivido alguna vez ese deseo que te hace gritar al viento... que yo no tengo la culpa... que la culpa es de la tierra...".

Se escuchan los ecos de Pasolini y Malick en el ritmo y las preferencias de una cámara atrevida, casi mística, como cuando en la primera escena se retuerce la Novia en el barro y la sangre, entre quejidos. La fuerza de lo narrado es telúrica; los personajes, astros. Y la banda sonora, que recupera el Pequeño vals vienés o la legendaria Tarara, enmarcan el lancinante epílogo de cuchillos y derramamientos, con la imagen aquí ensamblada de la luna y la mendiga –entregada María Alfonsa Rosso–, distorsionada por los cristales afilados de una huida al infinito, la tierra cuarteada que gime pidiendo chorros de agua.



"Cuando las cosas llegan a los centros... ya no hay quien las arranque".




KARAMÁZOV, UN LODAZAL EXISTENCIAL


Un festín de las miserias del hombre es este montaje del imparable Gerardo Vera, que firma una puesta en escena sobria en que los personajes y sus hilos se mueven con soltura y presencia, entre el melodrama y el relato elegíaco. Juan Echanove está poseído por su personaje, y regala escenas bordadas para el recuerdo, como por ejemplo esa magistral entrada de Fiódor Pávlovich Karamázov sentado en la alfombra que lleva y tira Smerdiakov, con los accesos de música hitchcockiana y el grito en la garganta, una soledad sumida en el alcohol y el deseo.
Los personajes de Dostoievski tienen en la cabeza, como bien asegura Dimitri Karamázov, un avispero de insectos desquiciados, y sienten placer en los oscuros lugares de la conducta, la humillación o el odio; inconscientes transmisores de la verdad, vehiculan fuertes nociones de sabiduría en las que reparan siempre demasiado tarde: el verdadero infierno es no poder amar. Almas abotargadas que de pronto se desbordan llenando la página y la escena de energía, como cuando Grúshenka expresa su deseo de arañar la tierra y vivir, ya cuando Dimitri se encuentra en prisión y en el horizonte se levantan las borrascas. 



El montaje sigue el itinerario enajenado de un brote epiléptico, incluso en las escenas en que nada ocurre el ánimo está en vilo, y precisamente por esto el acercamiento al retrato del creador, máximo Karamázov, se pergeña en la iluminación de Juan Gómez Cornejo con esos espacios del recuerdo psicológico y las tonalidades nocturnas y mortecinas. Recordemos aquello que tan bien formulara Rembrandt: que la luz venga siempre de la pasión. 
Dostoievski, atormentado por la mala fortuna, fue testigo de la temprana muerte de su madre y del brutal asesinato de su padre por parte de sus propios siervos, sufrió la censura de Iglesia y Estado y la condena a trabajos forzados en Siberia, la adicción al juego, los brotes epilépticos y la muerte de su hijo Aliosha a los tres años. Escribió 11 novelas, 20 relatos  y 3 ensayos. Ya se ha dicho. El dolor es fuente de conocimiento. 
Una obra sobre la culpa, el remordimiento, la redención, el perdón y el castigo, Los hermanos Karamázov es mucho más que la historia de un parricidio, escrita entre 1978 y 1880 y acabada tres meses antes del fallecimiento de su autor. Pasión y obsesión, ternura y dolor, y muerte, toujours la mort, que parece se personifica en la agrietada, podrida madera de las paredes. Ventanales abiertos y cegados como las cortinas de un matadero, así definía Vera la escenografía, que equilibra la temperatura emocional de una obra desmedida, en la que cabe todo, tantos sentimientos como rencores y sueños viejos. Un monumento a la compasión humana y a la comprensión de la naturaleza oscura de los hombres. 


No obstante, quedémonos con las palabras de Aliosha en el epílogo, cuando los hermanos, reducidos a la inocencia de tres niños, juegan con un Pávlovich luminoso, como nunca creímos que le veríamos, en una escena profundamente whitmaniana : caminaremos junto al mundo con esperanza.


martes, 8 de diciembre de 2015


UN OTOÑO SIN BERLÍN

Tal vez la lección de este film independiente sea que hay gente que no puede ser rescatada, que partir no es sino la consecuencia de una derrota, insalvable. Un otoño sin Berlín es también un retrato generacional auspiciado por el personaje de una joven que en nada teme a su independencia o a su libertad. Pero sin lugar a dudas es el aura de Irene Escolar -hay actrices cuya presencia imprimen más fuerza a la pantalla que el propio guión, los mismos planos- el que convierte el relato mundano de una joven en una historia para el recuerdo. Es carácter. Empatía. June.


Ópera prima de la realizadora Lara Izaguirre, Berlín queda en la retina del espectador como metáfora de aquel lugar al que el ánimo aspira, como meta sola de los personajes que huyen, en busca de la comodidad, que aquí es una comodidad figurada, una serenidad difícil. 
Lo interesante es lo que se intuye, lo que el guión no desvela, las miradas, los silencios..., porque el personaje busca siempre ese recodo en que se siente a gusto, que le es propio, y esa es, lejos de cualquier otra, la búsqueda que nos compete en el mundo, un lugar al que poder pertenecer, estar a gusto consigo mismo, porque, como Montaigne decía, lo difícil, lo verdaderamente difícil, es saber pertenecerse. 



MARTA ETURA ORA AL ALMA

Las cuatro formas de regar un huerto, los cuatro caminos de la comunicación con uno mismo, con un fuerte calado espiritual. Chevi Muraday (Premio Nacional de Danza 2006), muestra a través del lenguaje de la danza contemporánea los conceptos esenciales de la mística: acción, lucha, misticismo y amor desmedido. El leitmotiv del espectáculo son los cubos metálicos, que a menudo marcan los tempos de una coreografía liberada, dotada de la gracia y bien hacer de una intérprete poderosa llamada Etura. Una observación menos complaciente podría señalar, quizá, la necesidad del juego con el agua en su presencia física, que podría haber hecho del buen trabajo realizado una labor más ambiciosa, pues en verdad esta labor hubiera ido ya de vuelo. 


A través del movimiento y la palabra los bailarines, con Marta Etura a la cabeza, ponen en pie el universo afectivo e intelectual de Teresa de Ávila, la gran impulsora de una república de mujeres, la reformadora de los oscuros caminos de  una mal entendida religiosidad. Entender su manera de ver la relación entre cuerpo y espíritu es acercarse a su personalísima visión de la fe, comprendiendo todo impulso religioso desde una óptica netamente sensual. Es una dualidad mudéjar, como el propio imaginario de una mujer recordada en esta ocasión con motivo de la celebración de los 500 años transcurridos desde su nacimiento.


lunes, 7 de diciembre de 2015


LA LENGUA MADRE

Este monólogo de Juan José Millas, interpretado por Juan Diego, es una declaración pública de amor a las palabras, esas embajadoras de la realidad, y una denuncia a los desalmados, porque quienes pervierten las palabras nos extrañan del mundo. Un nuevo acto de fe, una apuesta ideológica y espiritual por el Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, habiendo dejado ya hace tiempo a la educación y a la sanidad abandonadas a las leyes del mercado, y al lenguaje, vilipendiado, en las calles. 
El lenguaje impuesto por los bancos, el poder evocador de la infancia y el afable temple de un falso conferenciante perdido y lúcido son algunos de los puntales de un espectáculo extraordinario.

Juan Diego lo recuerda al expirar su parlamento, en el tono mismo que solo un gran cómico sabe darle: amen, amen las palabras, pero no se fíen de ellas. 




NADIE QUIERE LA NOCHE, TODOS QUEREMOS A JULIETTE

Nadie quiere la noche es puro gesto, pura poesía; el retrato elevado de la relación de dos mujeres en el hielo, al desamparo. La humanidad se encamina precipitada a la extremidad, parece recordarnos esta historia y la carrera de la propia Binoche, poblada de personajes deshabitados, fuertes, luchadores, que buscan la luz. Su personaje en este nuevo film de Coixet es el de la mujer que, liberada de las barreras sociales, abraza al enemigo, al otro, al diferente, dándose irremediable. 

Josephine (Juliette Binoche), una mujer rica y culta, va al Polo Norte para reunirse con su marido, el explorador Robert Peary. Durante el viaje se verá obligada a dejarse ayudar por una humilde esquimal (Rinko Kikuchi). A pesar de sus diferencias, ambas tendrán que unirse para poder sobrevivir a las duras condiciones climáticas de la tundra.

Descender del pedestal es hacerse más accesible, más humano, más sencillo.
Una historia de amistad, porque la naturaleza obliga a dos seres a entenderse. En Alaka, la portentosa creación de Rinko Kikuchi, no hay rivalidad, pues no se la ha educado en ella. Por otra parte, ninguna otra actriz del panorama internacional podría haberle dado a ese personaje de la mujer del explorador tanta pasión, tanto coraje, tanto espíritu, como Juliette Binoche.
Nadie quiere la noche del alma cuando en soledad se combate el frío. En este instante suena en la radio Cold Water, de Damien Rice, y me gusta pensar que no es fortuito.

Nadie quiere la noche es, sin duda, una historia para el recuerdo, como Mi vida sin mí, como Elegy, como La vida secreta de las palabras. Trailer: https://www.youtube.com/watch?v=VdB_yp_GclY





lunes, 23 de noviembre de 2015

TRAGÉDIE, UN CUENTO EN DANZA


        Director del Centro Coreográfico Nacional Roubaix Nord – Pas de Calais desde 2014 y elegido entre los 25 mejores bailarines del mundo en 2011 por la revista Dance Europe, Olivier Dubois posee una experiencia única, entre la creación, la interpretación y la pedagogía –nos informa la página de los teatros del Canal de Isabel II–.


 Para experimentar una cegadora, deslumbrante, ensordecedora humanidad, Olivier Dubois nos enfrenta a un “sentimiento del mundo”. Sobreexpuestos en su desnudez, nueve mujeres y nueve hombres desarrollan una forma corporal distinta, tras deshacerse de sus problemas sociológicos, históricos y psicológicos… Y finalmente establecen un glorioso coro de cuerpos y canciones. Es una nueva imagen del ballet, un ballet del siglo XXI. 

 Las fronteras neblinosas de las fuerzas más humanas, el violento choque entre la serenidad y la tragedia, el cuento en danza de las edades espirituales del hombre, desde la monotoneidad aplastante de la pequeña infancia al desorden intempestivo, erótico y emocional, de la edad de tarde de la vida adulta. Una coreografia con alma; un ejercicio de tierra quemada, en que aflora la imagen primera, desnuda, del ser que a cada tempo va cargándose de significado. 





sábado, 21 de noviembre de 2015


EN UN DÍA NACE EL HOMBRE Y MUERE

La defensa del teatro como compromiso con la sociedad queda de manifiesto en el esfuerzo coral de la compañía de teatro clásico en un montaje encabezado por Carmelo Gómez -sin igual Carmelo- y Clara Sanchis encarnando de forma magistral al personaje de La Chispa, dirigido por Helena Pimenta, que además inaugura la apertura del Teatro de la Comedia, heredero de la tradición arquitectónica de hierro madrileña y de los decorados neoárabes. 
Este nuevo montaje de El alcalde de Zalamea prolonga el horizonte de resonancias luminosas, humanas, de un texto imperecedero, un turbión incontrolado. Algo tiene Pedro Crespo que nos sacude e insta a la reflexión. Lejos de los debates en torno a la honra, muy ceñidos por los principios socio-maritales de la época, esta obra habla del honor como patrimonio indisoluble del alma, libre de constricciones jerárquicas y demás yugos. Si Crespo nos recuerda algo es que su humanidad, su individualidad es ya reducto de una filosofía pasada, con sabor a parras secas. El suyo era un “yo” para con los otros, mientras que el público más reciente conoce lo mucho que dista esta idea, este ideal, de nuestra sociedad más descarnada, en que el individuo es un “yo” por lo corriente narcisista, egoísta, aislado y con más información que formación, abusador, como Don Lope, del débil, del desprotegido.
El teatro sigue demostrando su incalculable sed de remembranzas, su calidad inmensa de espejo de nosotros mismos, como en el monólogo de Don Álvaro de Atayde. "En un día el sol alumbra y falta, en un día es edificio una peña, en un día batalla perdida y victoria ostenta, en un día conoce el mar tranquilidad y tormenta...".
El montaje de Pimenta con una escenografía sobria y un muro, un frontón de significación polivalente como generador de espacio y amplias bancadas de corral de comedias o pueblo extremeño a los lados– encuentra aciertos grandes en el cubo de agua que cae sobre Isabel después del rapto, el verso seco y enérgico en la dicción clara de Carmelo Gómez –villano ejemplar–, la presencia ya poderosa de Joaquín Notario en el papel de Don Lope -gestor de una de las amistades más conmovedoras del teatro del Siglo de Oro y, una vez más, el personaje de esa mujer soldado, la Chispa, que entre jacarandas, titiritiritainas y risas demuestra su valía, como si el valor o el honor trascendieran el esbozo de bufón dado a vuela pluma: “Seor Rebolledo, por mí vuecé no se aflija, no; que bien se sabe que yo barbada el alma nací”.





La clotûre de l’amour

Escrita y dirigida por el dramaturgo galo Pascal Rambert, La clausura del amor –dice el programa– “es una sinfonía del desamor, un ajuste de cuentas del corazón, una cuchillada en las entrañas que busca dividir aquello que una vez prometió ser eterno’’.

¿Qué es lo que amamos cuando amamos? ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor? Bárbara Lennie e Israel Elejalde se meten en la piel de dos amantes que, palabra a palabra, se enfrentan y se atraviesan queriendo cerrar para siempre una relación que les ha construido y destruido desde hace varios años.

Se trata de un montaje de Buxman Producciones y Kamikaze Producciones, en coproducción con el XXXIII Festival de Otoño a Primavera de la Comunidad de Madrid y el Grec 2015 Festival de Barcelona.

El personaje de Elejalde es el más oscuro de la función, un ser inmisericorde, feroz e incapaz de amar, con un monólogo obsesivo e hiriente, hosco, una palabra orgullosa y ciega a la confrontación serena. Es incapaz de aceptar a la mujer, de no medirse con ella cuando está cerca.

Bárbara Lennie ejecuta una respuesta mucha más ordenada, mucho más racional y hasta inspirada. Desbanca los argumentos del otro uno por uno, reprocha, gime, insulta y claudica, pero claudica con ánimo, conocedora de su fuerza y de todo lo que habrá de llegar.

En definitiva, dos personajes incapaces de salvarse si no es en la soledad. Dos monólogos de dos intérpretes encendidos. La función es dolor y es rabia. Un hechizo. 




sábado, 7 de noviembre de 2015

EL REY DE LA HABANA


La estética de la precariedad y la supervivencia se vuelve motivo primero en la nueva aventura cinematográfica de Agustí Villaronga. Una de sus intérpretes, Yordanka Ariosa, recibía el premio a la mejor interpretación del año en el Festival de San Sebastián.
Cuba, años 90. Tras fugarse de un correccional, Reinaldo trata de sobrevivir en las calles de La Habana. Esperanzas, desencantos, ron, buen humor y sobre todo hambre, le acompañan en su deambular, hasta que conoce a Magda y Yunisleidy, también supervivientes como él. Entre los brazos de la una y la otra, intentará evadirse de la miseria material y moral que le rodea, viviendo hasta el límite el amor, la pasión, la ternura y el sexo.
Son tres personajes sacados del anonimato y del fango, que se esfuerzan por darle frente a un país en que se agostaron las utopías, los viejos y mal vendidos sueños de revolución, que han producido tantos monstruos. Un retrato social y un trabajo de cine audaz, con fuerza suficiente para polvorear muchos campos y despertar sensibilidades. 

Villaronga hace de la miseria denuncia, de los retratos reflexión, de la lascivia un camino bendito, como una cámara de opio en que abandonar el dolor.





viernes, 6 de noviembre de 2015

DÍAS DE CINE. SEGUNDA PARTE.


El sistema se encuentra amañado y, muy a menudo, decir la verdad supone arriesgarlo todo, porque lo que los mercados causan es que la verdad se diluya en el ruido, la polémica y los  sones de circo. Cuando el periodismo se esfuerza por seguir siendo un deber público y las grandes empresas que controlan y coartan la libertad de los medios se afanan por ralentizarlo entonces, y solo entonces, renace como debate el esfuerzo y la lucha por la verdad. Truth, con Robert Redford y Cate Blanchett, vuelve a recordarnos todo esto, como ya hicieran títulos como Buenas noches y buena suerte, El gran Carnaval, Network o El cuarto poder, en que Humphrey Borgart encabezaba el último periódico vivo, un tiempo en que los noticieros se ponían en marcha no porque dieran dinero, sino porque eran necesarios.


P.S: TRUMAN, la nueva película de Cesc Gay, es uno de los mejores trabajos del año. Ricardo Darín y Javier Cámara, premio ex aequo a la mejor interpretación masculina en el Festival de San Sebastián. Lo han dicho muy bien: Truman es un intento de dar sentido a la confusión, la incertidumbre y lo desconocido, además del retrato de una relación de amistad inolvidable. El cine español puede sentirse orgulloso. 



domingo, 1 de noviembre de 2015

EL PÚBLICO


UNA CABEZA DE AMOR EN LA RUINA

El hecho que aísla El Público, de Federico García Lorca, es su falta de continuidad, siendo esta mucho más que un acierto, un ejercicio de fragilidad y de introspección que dirigen el rumbo, sonámbulo e iluminado, del espectáculo. Mucho se ha hablado del desorden de algunos de los cuadernos, de la sospecha de obra inconclusa. Poco importa. El Público es una sucesión de imágenes que no buscan otra cosa que la esencia del teatro tal y como su autor la ideó: un cuerpo conmovido en medio de un espacio en penumbra. Nada más. Peter Brook lo definiría de un modo muy parecido años más tarde. El señor Brook, bendito Brook, dice en La puerta abierta: “en el teatro es posible experimentar la realidad absoluta de la extraordinaria presencia del vacío, comparada con el pobre revoltijo de una cabeza atestada de pensamientos. (…) Una idea ha de hacerse de carne y hueso, ser una realidad emocional. (…) La vida en el teatro es más visible, más vívida que fuera de él”. 


El público no aspira a ser una obra de teatro en el sentido más convencional, merced de una tradición medida por patrones sociales heterotópicos -tradición que sigue imperando, y que habría que desestabilizar-. Lorca desestabiliza esos mismos patrones y lo hace en la década de los treinta, e inaugura un nuevo camino para la empresa dramática, un profundo y dificilísimo juego poético. 

“no quiero daros miel, porque no tengo, sino arena”. (Extracto de una conferencia. Nueva York, 1929).

El público, subyugado por las imágenes, atendería el drama del teatro bajo la arena, el que por prejuicio y cobardía nunca se mostró. La pieza, como nos deja adivinar su título, reflexiona sobre la actitud de los espectadores, y les invita a zambullirse de golpe en una realidad que les es ajena y atractiva. 

Álex Rigola recoge el testigo de Lluis Pasqual -primer director en poner en pie el sueño en 1985- y convierte el teatro de La Abadía en el camarín de un “alegrísimo deseo”. Largas cintas de lo que parece aluminio en que queda reflejado el rostro del poeta, un piano y otros instrumentos, tres lámparas de cristal y un alto montículo de corchos oscuros como arena. El reparto coral y en sintonía, con un gran respeto por el texto, sin alteraciones, se compromete. Brilla una Irene Escolar encantada en la palabra, en el valor de la denuncia de un texto libérrimo:

“pero después enarbolaron los cuchillos y los bastones porque la letra era más fuerte que ellos y la doctrina, cuando desata su cabellera, puede atropellar sin miedo las verdades más inocentes”.


La voluntad bastarda de las máscaras, la lucha con la máscara otorga razón de ser a las pulsiones sexuales en el drama, encarnadas en los caballos que aquí aparecen desnudos.

“La libertad de los desnudos…”.
“Porque somos caballos verdaderos, caballos de coche que hemos roto con las vergas la madera de los pesebres y las ventanas del establo. Desnúdate, Julieta…”.

Una Julieta resucitada para volver a amar, volver a vivir, un Director encarnando las pulsiones creativas con miedo a vencer la norma, abandonar la tribu, un centurión con disfraz, la cabeza fuera con el dibujo de un conejo manchado en sangre, verdugo e imagen de la ortodoxia sexual, con un bate en las manos, la violencia en el paso egoísta, luego tres personajes, tres hombres que sopesan el enterrar un teatro, ¡un teatro al aire libre!


Quedan las escenas -tan logradas- de la figura de Pámpanos y la figura de Cascabeles, la salida de Julieta del sepulcro, su parlamento con los caballos, los versos del Pastor Bobo -en el Teatro del Siglo de Oro figura arquetípica, la del tonto que dice la verdad- antes del cuadro quinto -con el acierto de que sean versos cantados-.

“¡Balad, balad, balad, caretas!”.

El Público aborda la represión que sentimos por el mundo que nos rodea y aquella que nosotros mismos nos imponemos frente al mundo.

Una revuelta teatral que devuelve a la escena toda su dimensión poética. Amores imposibles y dolores inexplicables. Miguel García Posada escribió en su prólogo al teatro completo de Federico que El Público “tiene mucho de auto sacramental, sin sacramento religioso”, pero sí hay un sacrificio, el del Hombre 1. “El drama de la subversión total”, concluye.

El arte es una premonición de la vida. Lorca, como el Hombre 1, sacrificado; Rafael Rodríguez Rapún, sacrificado. Valientes, no se dejaron devorar por la máscara. La grupa de los caballos les llevó a lo oscuro, camino del “musgo sin luz”, y dijeron adiós con los ojos abiertos. 

El Público es una de las empresas literarias más valientes del teatro conocido, la búsqueda enardecida de una pasión, una identidad, un modelo de libertad; el cese de la turbación sexual y afectiva, no ya de un autor, sino de una fuerza creadora como no se ha conocido.


Teatro representable, teatro para el conocimiento, un viaje a la cabeza de Federico García Lorca, a sus miedos y anhelos más profundos, “para que se sepa la verdad de las sepulturas”. 

Queda “una salva de aplausos”.


Trailer: